TRONCHÓN
Llegamos a
Tronchón a la hora de comer. El pueblo se veía muy tranquilo, con muy poca
gente en las calles. Ninguna novedad…
Nuestra
prioridad y, a la vez problema, era encontrar Casa Matilde. Una vez aparcado el
coche, teníamos claro que debíamos continuar hacia el interior del pueblo, pero
¿qué calle coger? La suerte para nosotros es que el pueblo es pequeño.
Encontramos
a una pareja joven y les preguntamos por Casa Matilde y nos respondieron
que venían de allí.
-¿No
habéis encontrado mesa? –les
pregunté-
-Sí que
había, pero no nos hemos quedado… -me respondió él-
Mientras las mujeres del grupo fueron por
una calle, los hombres nos decidimos por la que recorría un nivel superior. No
podía ser muy difícil encontrarla. Al comenzar el recorrido encontramos una
vivienda de estructura totalmente medieval, con los balcones de madera y un
gato paseándose por el pasamano del mismo. En este punto la calle se
ensanchaba. Aunque formaba una pequeña plaza, no estoy seguro que tuviera tal
condición. Al otro extremo, un antiguo abrevadero de donde también manaba una
fuente de agua para calmar la sed a los viajeros como nosotros.
Entramos por una calle y una vez localizado nuestro destino más inmediato, encontramos el Centro de Interpretación del Queso de Trochón que, como les gusta recordar a sus habitantes, ya fueron resaltadas sus cualidades por Miguel de Cervantes en la segunda parte del Quijote.
Entramos por una calle y una vez localizado nuestro destino más inmediato, encontramos el Centro de Interpretación del Queso de Trochón que, como les gusta recordar a sus habitantes, ya fueron resaltadas sus cualidades por Miguel de Cervantes en la segunda parte del Quijote.
En el
rótulo de Casa Matilde no figura para nada la palabra restaurante… Pero en
cambio sirven una excelente comida. La otra disyuntiva que puede tener el
viajero es encontrar la puerta de entrada y una vez conseguido el objetivo,
puede que les invada una duda: ¿No me habré equivocado?
La entrada a Casa Matilde es la de la
propia vivienda y una vez dentro, a la derecha, ves a gente trasegando platos y
ollas entre fogones. Continuando en sentido recto, bajando un escalón está el
comedor… ¡De la vivienda! Por lo que te puedes encontrar a la familia comiendo
o recostados en el sofá haciendo la siesta.
Nos habían
hablado maravillas de las alubias con perdiz y el rabo de toro. Algunos de los
comensales que nos acompañaban lo pidieron, pero yo me decanté por la sopa de
cocido y las manitas de cerdo. Y si después de comer los abundantes platos,
todavía hay alguien que queda con ganas de repetir, ningún problema, te invitan
a hacerlo. De postre nos ofrecieron requesón y cuajada, todo elaborado por el
personal del establecimiento.
Cuando pides la cuenta, te advierten que
sólo cobra la propietaria y lo hace en un habitáculo situado junto a la salida.
Es lo más parecido a una despensa y, aquella persona que guste, podrá adquirir
cualquier producto que se muestra como por ejemplo queso y miel. La puerta de
esta habitación está presidida por una foto de las
propietarias del establecimiento (madre e hija y creo que las dos se llaman
Matilde), con un jovencísimo Jesulín de Ubrique.
Al salir
decidimos dar una vuelta por el pueblo, así que nos dirigimos hacia la iglesia,
situada en un plano bajo del pueblo. Junto a la iglesia un viejo edificio
porticado que es la sede del ayuntamiento, incluso hay una pequeña y vieja
placa de cerámica donde se podía leer: Casa Consistorial. Y justo al lado un
viejo y tradicional horno.
Unos
metros más adelante, después de una empinada y rocosa calle no apta para
vehículos, un pequeño edificio de una sola nave en el que se puede apreciar en
el interior una cadena de hierro. Se trata de la antigua cárcel.
Retrocedimos hasta la calle donde se
encuentra el horno, también en cuesta y sobre la mitad de la misma, el palacio
del Marqués de Valdeolivo, hoy reconvertida en establecimiento rural, uno de
los pocos edificios civiles verdaderamente notables. Una vez arriba nos
encontramos con la plazoleta (ahora le he cambiado la denominación) desde donde
habíamos iniciado nuestro recorrido antes de comer. A la derecha, según el
sentido de la marcha, un mirador des de donde se puede observar una bella
panorámica y un edificio con dos grandes oberturas que reconocí por sus marcas
interiores. Se trata de un trinquete construido a principios del siglo pasado y
que fue sufragado por los emigrantes del pueblo que marcharon a Argentina
buscando fortuna.
Si el
viajero quiere comprar queso podrá hacerlo en el único establecimiento que
existe, siempre que se encuentre abierto. Para ello habrá de dirigirse
hacia la entrada inferior del pueblo. Según nos explicaron, los actuales
productores del queso de Tronchón son unos forasteros que un día llegaron al
pueblo y vieron en esta actividad una salida profesional. Aunque también es
verdad que de forma artesanal, pero sin garantía sanitaria alguna, puede ser
elaborado por cualquier familia del pueblo.
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